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08/10/2007

Conducto regular, participación estudiantil
e institucionalidad en colegio de Las Condes

El sueño frustrado del Simón Bolivar

Juan Lizama, Periodista OPECH

 

Después de las movilizaciones pingüinas, uno de los logros más importantes que obtuvieron los actores escolares fue poner en carpeta el tema de la participación activa que ellos junto a educadores y apoderados deben tener en el mejoramiento de la educación chilena. Sin embargo, el Colegio Simón Bolívar de Las Condes es un buen ejemplo de cómo algunos burócratas y administrativos se encargan de convertir buenas condiciones para la educación, en una batalla contra el día a día de profesores y estudiantes.

La posibilidad de tener una injerencia no solo demandante, sino que también propositiva por parte de las bases del sistema educativo ha sido contradicha, negada y reprimida por parte de las autoridades. Las tomas y movilizaciones que otrora fueran vanagloriadas por los medios de comunicación, en el 2007 fueron criminalizadas, atacadas y en ciertos casos ninguneadas, por aquellos que un año antes enaltecieron las actividades. A través de distintas sanciones a los protagonistas de estos hechos, se reclamó en los pasillos de gobierno que el valor de la democracia no está en este tipo de manifestaciones, sino que en la institución y en el “conducto regular”.

No obstante, en este marco de institucionalidad y de orden público, los espacios en que se involucra activamente a los destinatarios de la educación es cada vez menor y, de hecho, procura que haya un desencanto mayor, y un sentimiento de derrota con el pasar del tiempo. En otras palabras, ¿dónde queda la fiscalización a las entidades encargadas de coordinar, administrar y examinar el sistema que se defiende por parte de los actores de la educación?

El sueño bolivariano que nunca llegó
El 31 de marzo del 2004, el Colegio Municipal Simón Bolívar, ubicado en Las Condes,  inauguró sus nuevas instalaciones entre autoridades sonrientes -incluido el alcalde de la comuna- y medios de comunicación. Se auguró en el ámbito docente y estudiantil la idea de mejoras y nuevos compromisos con el que los habitantes llaman el “elefante blanco” de la comuna. Lamentablemente, la historia fue otra.

Para la ex profesora del colegio, Jéssica Simone Muñoz, existen problemas graves en el trato hacia los estudiantes y entre los propios docentes. “Los profesores de allá trataban muy mal a los alumnos. Había mucha violencia psicológica de parte de algunos profesores (…) Además, había profesores que faltaban mucho. Los permisos administrativos son 6 al año y yo te digo, estos profesores faltaban”.

En la visión de la docente, el establecimiento ha manifestado problemas que, al parecer, generalmente ocurren en la mayoría de los colegios, tales como irregularidades en informes de asistencia de estudiantes o cambio de notas, debido principalmente al significativo interés que existe por la recepción de subsidios del gobierno. “A mí me llegó una carta del Director para firmar actas de fin de año nuevamente. Yo firmé eso en enero (2007) y me llegó una carta diciéndome que tenía que ir a la provincial a firmar nuevamente. Supe, por los niños, que les cambiaron algunas notas; se da mucho eso, no solamente en este colegio. Yo no firmé”.

En estas circunstancias, la necesidad de espacios donde recurrir y fiscalizar el trabajo de los colegios es evidente y de urgencia. “El conducto regular no sirve de nada. Primero vas al director, después vas a la corporación, agotamos esa instancia, después llegamos a los concejales, después a la provincial. Hace poco se mando a la Contraloría, y hace más de un año que estamos en esto y no ha pasado nada”.  

En palabras de Carolina Bustos, también ex profesora del colegio, “no se hace fiscalización por parte de las provinciales. El fiscalizador de la provincial nunca va a ver los cambios que se hacen en forma interna. Sólo revisan los datos que se entrega”. 

Es por esta razón que los problemas manifiestos del establecimiento no han tenido solución y sobre todo, esconden también lógicas estructurales que se mantienen tras un velo de desinformación hacia los padres y que, en los estudiantes, se ha transformado en una situación común que difícilmente se podría cambiar.

Todos iguales, pero unos más que otros
En un año que tanto se ha discutido acerca de la selección en los colegios, el debate, irónicamente, incorpora también la “realidad bolivariana”. En el establecimiento existe una división de sus niveles que son separados en tres grupos. Nada nuevo sobre esto. Sin embargo, el significado que tiene esta segmentación olvida necesidades metodológicas e incorpora intereses que poco tienen que ver con la calidad de la educación.

“Cuando pasamos de segundo a tercero medio, había que elegir entre científico, humanista o el artístico. Yo quería hacer el humanista y mi mamá fue a matricularme humanista y le dijeron no, su hija esta en científico. ‘¿Qué onda? ’, le pregunto al profe. Mi hija quiere estar en el humanista y el profe le dijo: ‘su hija es buena alumna así que la quise poner acá, así que déjela acá’”, cuenta una alumna del colegio. Sin embargo, la separación de los estudiantes, que se debería hacer con fines pedagógicos, desarrolla el efecto contrario a una evolución equilibrada de los cursos. Se crea una distinción discriminatoria desde los profesores hacia los distintos grupos, cuenta otro estudiante que también elige el anonimato. En este sentido, Carolina Bustos cuenta que “el criterio de selección obedece si al profesor le cae bien o le cae mal. No hay ningún criterio pedagógico para hacer esa selección y eso ha generado bastantes problemas de autoestima en los niños, porque saben que son malos”.

Además, hay ciertos hechos mucho más gráficos respecto de qué beneficios para algunos y perjuicios para otros conlleva este sistema. El año 2006 se entregaron becas para acceder a un preuniversitario, ayudando a los estudiantes con mejores promedios del colegio. Solo el 3º año medio A obtuvo ese bien. “Se hizo un ranking de los mejores promedio por generación. Era obvio que los mejores promedios iban a estar en el A, cuando se debió hacer un ranking por curso y entregar en forma pareja las becas”, piensa Carolina.

“Es injusta la selección de cursos. Por ejemplo, a nosotros nos dan más opciones, si nos queremos ir más temprano o no queremos hacer una prueba. Nosotros somos como el futuro del colegio y al resto nada (…) si estoy en el B tengo más o menos futuro, si estoy en el C, no tengo futuro”, comenta otro estudiante del colegio que cursa en la sección A.

Similar es la opinión del estudiante Darcy Stevens, quien en una carta enviada a la ministra Yasna Provoste, cuenta de qué forma se formaron los cuartos medios de este año, agrupando a los mejores promedios del colegio en un primer grupo y después bajando en escala. Comenta que al tener uno de los mejores promedios del 3º año medio C del 2006, le dijeron que sería trasladado al sector A, argumentado que “no decides en el curso que te quedas”.

Centro de alumnos, si la situación lo amerita
La importancia de la participación estudiantil en los espacios consultivos y resolutivos de un establecimiento educacional es manifiesta en el caso del Simón Bolívar. “El Centro de Alumnos está, pero no tiene voz, no tiene opinión, no tiene voto, ni validez. Existe, pero está conformado por los presidentes de curso. No hubo sufragio universal. Esto fue decidido por la dirección y es eso lo que ha mantenido la opinión de los estudiantes dormida. Hace tres años que no hay elección para Centro de Alumnos”, cuenta una alumna.

En este contexto, la normativa sobre las relaciones internas entre las personas, estipuladas por el propio establecimiento, manifiestan la existencia de un Comité de Convivencia Escolar. Este espacio existe para tratar conflictos dentro del colegio, incorporando a un representante de la Dirección, al Inspector General, a los profesores, al Centro de Padres y al Centro de Alumnos cuando “la situación lo amerite”.

Sin embargo, este reglamento que proviene de la Corporación de Educación y Salud de Las Condes, asegura la participación estudiantil en toda circunstancia. Si además tomamos en cuenta que no existe un Centro de Padres en el colegio, concretamente la solución de problemas que involucren a los estudiantes está más bien en manos de la administración.

Un ejemplo de la falta de información hacia los apoderados y de participación de los estudiantes, es el de Patricia Álvarez, apoderada del colegio. Ella ingresó a su hijo Gonzalo el año 2004 a segundo medio, para descubrir que en marzo del 2005 el curso aún no estaba reconocido por el ministerio. En este lugar, le dijeron que el proyecto de enseñanza media para el establecimiento fue rechazado, y en la Corporación de Educación y Salud de Las Condes, que el problema era del Departamento Provincial Oriente. Es decir, nadie tiene la culpa.

Mientras tanto, “el Director quiso hacer que los niños aparecieran haciendo exámenes libres y en el papel aparece que salieron del colegio Alexander Flemming”.    

Otro caso llamativo fue el que ocurrió con la apoderada Rosanna Desole, quien recibió la visita de Investigaciones de Chile, producto del posible manejo de billetes falsos –cosa que fue desmentida- de uno de sus hijos, miembro del Simón Bolívar. El problema comenzó en el colegio después de ser descubierto el billete, cosa que aparentemente terminó ahí. No obstante, meses después, Investigaciones llegó golpeando la puerta de la familia por algo que el niño daba por terminado y de lo que los padres no tenían información.

“Lo que a mi más me interesa, es que es raro que un colegio que es municipalizado, que está en Las Condes, que está en una situación económica buena, sea una cascarita donde tú entras y los niños son tratados como delincuentes”, cree Rosanna después del incidente. Con la intención de solucionar lo que haya pasado, posteriormente al encuentro con Investigaciones se dirigió al director del establecimiento, Sr. Ernesto Lizana, quien “me hace pasar con toda la amabilidad del mundo y me dice que no recuerda absolutamente nada y que no sabe nada de lo que estoy hablando. Yo fui muy inocente, porque no sabía que Investigaciones había estado hace media hora en el colegio y desde ahí se fueron a mi casa”, cosa que supo después conversando con el inspector a cargo del caso.

En definitiva, los problemas por la falta de inclusión de apoderados y estudiantes es evidente. El colegio en los últimos 4 años ha tenido 4 directores, cada uno con su propio cuerpo administrativo, proyecto educativo y punto de vista distinto. “Cada director le va quitando la identidad al colegio”, creen algunos estudiantes. Y como ha ocurrido en tantos colegios, este tipo de realidad se ha naturalizado y normalizado como algo corriente. Sin embargo, en el caso del colegio Simón Bolívar hay voces que quieren ser escuchadas pero que no encuentran el lugar para ello.    

No existe la voluntad de romper con el esquema institucional que asegura un grado de control que mantiene todo en paz, pero que limita la capacidad de desarrollo del proyecto educativo de un establecimiento. El conducto regular finalmente, es un camino sin salida que muchos ni siquiera intentan recorrer por el generalizado sentimiento de que no dará frutos. Aquí la pregunta es decidora, acerca de si las decisiones respecto de educación se toman en el lugar adecuado o deberían estar en un cuerpo docente y estudiantil cohesionado.

 

 

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