Por Enrique Díez Gutiérrez

Actualmente, PISA ocupa un lugar relevante como «medida» de la Educación en los países de la OCDE más otros países invitados a participar en la medición. Sin embargo, es cuestionable el uso de rankings y el propósito que cumple una prueba de este tipo. El autor del presente artículo pone en duda la utilidad que se declara para la real mejora de los aprendizajes. Más bien, como operativo de medición, PISA funciona como dispositivo para generar y exhibir las desigualdades a través de rankings en los distintos países: lo seductor de la prueba es justamente el uso político que se le puede dar un buen o mal puntaje en PISA. Peor aún, PISA representa uno de los mecanismos de privatización y management de la Educación. Las dudas son aún mayores si se considera que la Editorial Pearson se adjudicó el contrato para la realización, análisis y evaluación de la prueba PISA 2015.

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